¿Comenzar una relación?, no quiero que me hagan daño

 

Comenzar una relación, a veces se convierte en un suplicio, tanto si va bien como si no. Ya, y te preguntarás, ¿si va bien, por qué va a ser un suplicio?. Es descabellado, pero cuando las cosas van bien, hay veces que surge la ansiedad por miedo a perderlo, con el sufrimiento que eso conlleva.

Desde que tenemos uso de razón, e incluso a veces antes de tenerlo, comenzamos a familiarizarnos con frases como: «no hagas eso que te vas a hacer daño», «no subas ahí que te vas a caer», «no entres porque te vas a arrepentir», «compórtate, ¿qué van a pensar de ti?, y podría transcribir cientos de frases como estas, que poco a poco se van interiorizando y dejando un poso que a veces puede llegar a ser muy perjudicial.

Efectivamente, hay que tener cuidado cuando hacemos cosas, ya sean nuevas o antiguas, pero no podemos convertirlo en un miedo constante acompañado de sufrimiento. El «¡Todo es perfecto, pero tengo miedo a que salga mal!» a veces provoca huida y posteriormente arrepentimiento. De esta forma aparece el castigo, nos enfadamos con nosotros mismos por tener miedo y más enfado, si salimos corriendo ante el hombre o la mujer de nuestra vida a la mínima de cambio.

Las cosas pueden salir mal, por supuesto, y es necesario dejar abierta esa posibilidad, asumirla y vivir con esa carta, ¿por qué no?. Aunque también existe la posibilidad de que las cosas, salgan bien. Pero cuando salen bien, tenemos miedo de perderlo. Total, que al final el sufrimiento permanece latente, tanto si la situación se sucede como queríamos, como si no se cumplen nuestras expectativas.

Vive «aquí y ahora»

Toda relación, tanto amistosa, laboral o de pareja conllevan un riesgo, por ello es importante asumir las dos posibilidades, qué puede salir bien, o que puede salir mal. Es importante aprender a vivir el «aquí y el ahora» y no adelantarse a lo que puede o no suceder.

Normalmente, se tiende a pensar que las relaciones van a salir mal, cuando hay un recuerdo emocional previo de relaciones pasadas que han sido dolorosas, y ese recuerdo lleva a generalizar cualquier otra relación posterior. Una relación no tienen por qué ser igual a las previas.

La emoción de situaciones previas se conserva en nuestro cerebro

Cuando ocurre un suceso que entraña dolor, nuestro cerebro guarda el recuerdo de la emoción sufrida ante esos hechos, y en mucha ocasiones, el suceso en sí, queda en el olvido, pero la emoción continúa guardada como un tesoro. Si posteriormente surge un evento parecido a aquél que nos hizo daño, éste evoca inmediatamente a la emoción ligada que había sido guardada celosamente. Ni siquiera existe el recuerdo de los hechos, y a veces la persona busca el motivo de su ansiedad ante esos momentos sin éxito.

Es entonces cuanto en el mismo instante de disociar esos dos momentos como diferentes, e identificar el uno y el otro, será entonces cuando se le dé el valor adecuado a cada uno de los sucesos: el pasado (identificado como doloroso) y el presente «aquí y ahora» (identificándolo tal y como es, sin asociarlo al previo)

El enfrentarse con miedo a una relación, provocará la llamada autoprofecía cumplida, es decir, al pensar en un desenlace nefasto, se tiende a   actuar de forma defensiva lo que puede llegar a provocar que efectivamente llegue a ocurrir lo que queríamos evitar a toda costa. Y de esta forma la misma persona reforzará su creencia errónea inicial al comprobar que se cumple.

Además del trabajo de identificar si emocionalmente perduran sucesos antiguos grabados en la mente, el potenciar una fuerte autoestima, seguridad, confianza y la aceptación de que los resultados no sean los esperados,  son algunas de las herramientas básicas para enfrentarse a ese fantasma.

El compromiso no debería entenderse como pérdida de libertad sino como una oportunidad para crecer y aprender desde el respeto y la confianza.

Si la relación sale bien, es perfecto, pero si no es así, NO es un fracaso personal,

es simplemente un resultado no deseado. Eso no convierte a ninguno de los comprometidos en fracasados, sino que la unión de las dos personas no tenido el desenlace que esperaban. No se puede identificar el resultado no esperado con la persona. Si la relación ha fracasado, eso no convierte a los participantes en fracasados. Es clave diferenciar el suceso con la identidad de la persona.

Si etiquetamos cada resultado «no deseado» como fracaso personal, definiéndose como»soy una persona fracasada», aumentará aún más el miedo a enfrentarse a ello.

En otras culturas como la americana enseñan a sus estudiantes, que para conseguir el objetivo, hay que fallar muchas veces antes. Tener ese concepto disminuye enormemente el estado de ansiedad que provoca el miedo. Asumir el fallo como parte del camino para llegar al objetivo es crucial para un crecimiento sano hacia el éxito en cualquier ámbito de la vida. Enseñemos a nuestros más pequeños que equivocarse es parte del objetivo.

 

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